Médica Naturista Sara Itkin

Soy

Desde que tengo memoria jugaba con las plantas y cocinaba con ellas para mis muñecas, recolectaba y comía frutos silvestres como el tasi, mburucuyá y pizingallo en el patio de mi casa natal y en el baldío aledaño, en María Grande, en la provincia de Entre Ríos. Hacíamos perfume de menta con mi hermano y mi primo. Y ya dando mis primeros pasos como médica, volví a escuchar de todas estas plantas conocidas en la niñez de boca de la gente que concurría a los Centros de Salud. Me sorprendía saber que éstas, las que conocía y un montón más ayudaban a sanar de manera sencilla. Aprendí, por ejemplo, que el tasi que buscaba en mi niñez trepando a los árboles, ayudaba a producir más leche en las madres que amamantan. Creo que éso, la sencillez y el amor con el que sanan y la forma simple de usarlas, fue lo que me llevó a conocerlas y estudiarlas.

Estudié medicina en la Escuela de Medicina, dependiente de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario (Santa Fe). En la misma ciudad de Rosario realicé mi Residencia en Medicina General. Terminando mi formación de post grado hice una pasantía en la zona centro y sur de la provincia de Neuquén conociendo las Comunidades Mapuche y campesinas. Me maravilló tanto la inmensidad de la patagonia, como su gente y sus plantas. Alegría enorme fue el recibir una propuesta de trabajo para sumarme como médica a éstos equipos de salud. Y así fue que me mudé a Las Lajas, a 50 km al noroeste de Zapala en 1994. Allí seguí conociendo a personas que utilizaban plantas para sanarse.

De Las Lajas volví a Rosario a un centro de Salud que ya tenía un jardín de medicinales: “El Gaucho”, ubicado en la zona semirural de la ciudad, adónde vivía gente que habían llegado desde Santiago del Estero, Corrientes, Chaco y otras provincias buscando un mejor porvenir y terminaban viviendo no más cómodos que en su tierra originaria. Pero allí, en sus casitas de cartón y chapa, siempre había una planta de sus pagos que al contarme para que la usaban se les fortalecía la voz, se iluminaban sus miradas: en ése momento me dí cuenta que las plantas las llevaban a reencontrar su identidad, valorar su historia y así, fortaleciendo la autoestima, también sanaban. Aprendí muchísimo de éstas mujeres.

Volví al sur, y más al sur: a Villa La Angostura y Villa Traful, ya decidida y con más conocimientos yuyeros a abrir un espacio, dentro de la Salud Pública de revalorización de saberes y haceres en relación a las plantas. Creamos en Villa Traful, en el año 2000, el Grupo "Compartiendo Saberes" con mujeres del lugar a quienes les enseñé a hacer preparados herbarios con las plantas usadas por ellas. Nos reuníamos todas las semanas, compartíamos historias y saberes, hacíamos jarabes y ungüentos a los que siempre les agregábamos como ingrendiente esencial "la buena intención". Y todas nos empoderábamos y sanábamos. Tardes de mates, de siembras y cosechas.

En 2001 nació mi primer hijo, Camilo, y la vida me llevó a abandonar el Sistema de Salud Pública. Nos vinimos a Bariloche, y aquí nacieron Lino e Irupé , a quienes agradezco haberme llevado por el camino del parir y nacer en libertad, en nuestra casa.

Concurrí muchos años a diferentes Centros de Adultos mayores en los barrios "altos" de Bariloche trabajando en espacios de intercambio de saberes, y allí las plantas ayudaban a que muchas abuelas se reencontraran con su identidad, con su lengua y con su gente.

Sigo estudiando, dando charlas y cursos, y trabajando en mi consultorio de medicina naturista.

Así fui siendo quien soy: una médica yuyera. Me defino así, porque considero importante mi formación académica, de pre y post grado y la experiencia que logré trabajando en los hospitales; y "yuyera" porque es la forma de llamar y valorizar a las plantas para la salud y a la gente que desde siempre se sanó con ellas. La palabra "yuyo" viene del quechua "yuyu" y hace referencia a que "es nutricio, alimento". Las "yuyeras" eran mujeres con un saber intuitivo extraordinario, pasado de boca en boca, de generación en generación. Siempre, o casi siempre, desprestigiadas por la medicina académica y así los "yuyos" eran señalados casi casi como malas hierbas. Siento profundamente que no puedo ser quién soy si no valoro la historia honrando a todas las mujeres que en mi habitan quienes fueron desacreditadas y perseguidas por el compromiso que tenían para ayudar a sanar, por amar a las plantas y por amar la Tierra.